sábado, 15 de noviembre de 2025

¿Te sientes perdido?

 

Por Alvaro Garcìa

Richard Feynman, uno de los físicos más brillantes, escribió una carta poco conocida. No trataba sobre física, era un mensaje sincero a uno de sus alumnos, un joven físico japonés llamado Koichi Mano, que se sentía desanimado con su proyecto y no encontraba sentido a lo que hacía. Estudiaba la “teoría de la coherencia y su uso a la propagación de ondas electromagnéticas en atmósferas turbulentas”. Suena técnico, pero lo calificó como: “un problema modesto y sin importancia”.

La respuesta de Feynman me hizo entender qué significa vivir con propósito.


Querido Koichi:

Me alegró mucho saber de ti y de que tengas un puesto en los Laboratorios de Investigación. Lamentablemente, tu carta también me entristeció, porque pareces estar realmente desanimado. Parece que la influencia de tu maestro te ha llevado a tener una idea equivocada de lo que son los problemas que realmente valen la pena. Los problemas valiosos son aquellos que realmente puedes resolver o ayudar a resolver, aquellos en los que realmente puedes aportar algo.

Un problema es grande en ciencia si está frente a nosotros sin resolver y vemos alguna forma de avanzar en él. Te aconsejaría tomar problemas aún más simples —o, como tú dices, más humildes— hasta que encuentres algunos que realmente puedas resolver con facilidad, por triviales que parezcan.

Así obtendrás el placer del éxito y de ayudar a tus semejantes, incluso si se trata solo de responder una pregunta en la mente de un colega menos capaz que tú. No debes privarte de esos placeres por tener una idea errónea de lo que es realmente valioso.

Me conociste en el punto más alto de mi carrera, cuando te pareció que me ocupaba de problemas “cercanos a los dioses”. Pero al mismo tiempo tenía otro estudiante de doctorado (Albert Hibbs) cuya tesis trataba sobre cómo el viento forma olas al soplar sobre el agua del mar. Lo acepté como estudiante porque vino a mí con el problema que quería resolver.

Contigo cometí un error: te di yo el problema en lugar de dejarte encontrar el tuyo, y te dejé con una idea equivocada sobre lo que es interesante, agradable o importante en lo que trabajar (es decir, aquellos problemas en los que ves que puedes hacer algo).

Lo siento, discúlpame. Espero con esta carta corregirlo un poco.

He trabajado en innumerables problemas que tú llamarías humildes, pero que yo disfruté y de los que me sentí muy satisfecho, porque a veces lograba tener un éxito parcial. Por ejemplo: experimentos sobre el coeficiente de fricción en superficies altamente pulidas, para intentar aprender algo sobre cómo funciona la fricción (fracasé). O cómo dependen las propiedades elásticas de los cristales de las fuerzas entre los átomos. O cómo hacer que el metal galvanizado se adhiera a objetos de plástico (como los mandos de radio). O cómo se difunden los neutrones en el uranio. O la reflexión de ondas electromagnéticas en películas que recubren el vidrio. El desarrollo de ondas de choque en explosiones. El diseño de un contador de neutrones. Por qué algunos elementos capturan electrones de las órbitas L, pero no de las K. Una teoría general sobre cómo plegar papel para fabricar cierto tipo de juguete infantil (llamado flexágono). Los niveles de energía en los núcleos ligeros. La teoría de la turbulencia (he pasado varios años en ella sin éxito). Y además, todos los problemas “más grandiosos” de la teoría cuántica.

Ningún problema es demasiado pequeño ni demasiado trivial si realmente podemos hacer algo al respecto.

Dices que eres un hombre sin nombre. No lo eres para tu esposa y para tu hijo. Y no lo serás por mucho tiempo para tus colegas más cercanos si puedes responder a sus sencillas preguntas cuando acuden a tu oficina. No eres un hombre sin nombre para mí. No sigas siéndolo para ti mismo: es una manera demasiado triste de vivir.

Conoce tu lugar en el mundo y valóralo con justicia, no en función de tus ingenuos ideales de juventud, ni de lo que erróneamente imaginas que son los ideales de tu maestro.

Te deseo la mejor de las suertes y mucha felicidad.

Sinceramente,

Richard P. Feynman


La obsesión por el reconocimiento
Damos por sentado que las cosas importantes son las más grandes.

Grandes ambiciones, resolver grandes problemas, grandes proyectos... Que todos vean bien lo mucho de lo que somos capaces, eso es lo que importa. Feynman no cree en eso y le dice a Koichi: “Los problemas valiosos son aquellos que realmente puedes resolver, aquellos en los que puedes aportar algo.”

Deja la obsesión por los grandes logos y la validación externa.

Valioso es aquello en lo que tú puedes producir grandes avances, no lo que los demás valores como “importante” según sus propios criterios. Por eso le dice: “Te aconsejaría tomar incluso problemas más simples, o como tú los llamas, más humildes, hasta que encuentres algunos que puedas resolver fácilmente, sin importar cuán triviales sean.”

¿Cuántas veces elegimos lo contrario solo por la aprobación de los demás?

Nos embarcamos en metas tan inmensas que hasta los más grandes temblarían.

Queremos que nuestro libro sea un bestseller sin antes haber escrito ni un cuento.

Cambiar todos los hábitos de golpe cuando aún no logramos sostener uno solo.

Crear negocio exitoso sin aún lograr la constancia en un simple proyecto personal.

Feynman advierte lo que eso provoca: el desencanto.

La sensación de que nada de lo que hacemos es suficiente.


El criterio está en ti
En su carta, Feynman hace una confesión honesta:

“Cometí un error contigo, te di un problema en lugar de dejarte encontrar el tuyo.”

Esta frase encierra una gran lección.

Feynman entendió que había privado a su alumno del acto más importante de cualquier mente curiosa: elegir su propio camino. Koichi era una persona capaz, pero no enfrentó un reto que resonara con él y por eso se sentía frustrado. No era cuestión de dificultad, era por no encontrar su problema.

Feynman admite su error porque para él lo crucial es disfrutar del proceso.

No importa cuántos aplausos ganes ni cuántos avances logres, nada te hará sentir pleno si no es tu objetivo. Los aplausos y medallas te harán sentir vacío, te dolerá haber malgastado tu tiempo en algo con lo que no te identificas con ese propósito.

Importa cuánto te atrae y cuánto puedes aportar a él. Si cumple ambas, es el tuyo.

Feynman confiesa haber pasado años en problemas sin éxito alguno...

“He trabajado en innumerables problemas que tú llamarías humildes, pero que disfruté y me hicieron sentir bien, porque a veces lograba tener éxito, aunque fuera parcialmente.”

El placer de avanzar en tu propósito, aunque sea un poco, lo compensa todo.

Cada uno de esos pequeños problemas le daba experiencia para afrontar los siguientes retos y el placer de entender un poco más el mundo.


Ese es el camino a seguir.
“No te prives de esos placeres por tener una idea errónea de lo que es valioso.”


Ser alguien, aunque nadie te vea
Una de las frases más humanas de la carta llega casi al final.

Koichi le había dicho que se sentía un “hombre sin nombre”.
Feynman le responde con ternura:

“No eres un hombre sin nombre para tu esposa y tu hijo. Tampoco lo serás para tus colegas si puedes responder a sus preguntas. No lo eres para mí. Y no deberías serlo para ti mismo. Es demasiado triste vivir así.”

La fama está tan sobrevalorada que la confundimos con la importancia.

Por eso creemos que el anonimato significa que no valer nada.

Feynman le recuerda algo que todos necesitamos recordar de vez en cuando: el reconocimiento no define el valor personal. Uno puede ser desconocido para el mundo, pero imprescindible para los suyos, que son los que cuentan de verdad.

“Evalúate con justicia”, le dice, “no según tus ideales ingenuos de juventud, ni según lo que imaginas que son los ideales de tu maestro.”

¿Cuántas veces nos medimos según las expectativas ajenas?

Koichi era un joven prometedor y no podía evitar compararse con su maestro. No es el único, nos comparamos con quienes admiramos, sin darnos cuenta de que sus batallas y contextos son distintos. Feynman le da un consejo sencillo para evitarlo.


Conoce tu lugar en el mundo.
Conócete y decide hacia dónde llevar tu potencial según lo que tú valoras en la vida.


La grandeza de lo modesto
Hay una frase que resuena por toda la carta y se repite una y otra vez.

“No hay problema demasiado pequeño o trivial si realmente puedes hacer algo al respecto.”

En esas pocas palabras condensa toda una filosofía de trabajo y de vida que también vimos en la película “Perfect Days”, es la filosofía de Hirayama. La grandeza no está en el tamaño de la tarea, todo es necesario por minúsculo que sea. Todo contribuye a iluminar nuestro conocimiento del mundo y, en suma, a hacernos mejores.


Quizás esa sea la lección más valiosa de su carta.
Trabajar con curiosidad y alegría, sin obsesionarse con el tamaño del resultado.

Lo que podemos aprender de Feynman (y de Koichi)
No subestimes los problemas pequeños: Son los que te entrenan para los grandes. Gracias a todos los problemas humildes y fracasos, Feynman ganó la experiencia necesaria para afrontar otros problemas mayores que le atraían.

No midas tu valor por la escala de tus logros: Mídelo por la autenticidad con que trabajas. El mejor día es aquel en que cada hora fue dedicada a lo que amas.

Encuentra placer en entender, no solo en resolver. El progreso, por pequeño que sea, ya es una victoria. Pese a los numerosos fracasos de Feynman, él se sentía feliz de su trayectoria, había aprendido del proceso y eso le llenaba.

Haz las paces con el anonimato: No necesitas ser famoso para dejar huella ni sentirte pleno. La fama es una consecuencia de hacer lo que amamos y no nos debería importar. Prioriza lo que amas, ignora la fama.

Tomado de: El Jardìn Mental 

 

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