"Arrojar un muñón de un lápiz sería un pecado contra
la imaginación. Borrar un trazo hecho a lápiz es inmoral y muestra la ausencia
del ejercicio de pensar”
En contra de aquellos que profetizan su final, el lápiz
es el único instrumento que produce la alquimia mágica para que la mano se
mueva y exprese el pensamiento, lo que no puede conseguir la avalancha de
herramientas tecnológicas para dibujar y escribir.
Esa expresión lograda con el lápiz, no sólo tiene la
precisión geométrica y formal de un dibujo hecho en el computador, sino que
deja la huella de la emoción. Los trazos del hombre hechos con lápiz tienen el
sentimiento creativo, necesario para acceder a las dimensiones de la intuición
y de la interioridad humanas. El lápiz es como una caña de pescar para atrapar
el vuelo de la imaginación. El lápiz, además, abre el ojo en forma perspicaz,
muestra la mirada insólita y abre puertas a la construcción de mundos
imaginarios y reveladores para un ser humano.
Los dibujos hechos a lápiz, son talismanes, llaves,
accesos, revelaciones de profundos y valiosos sentimientos interiores que en
ocasiones logran una empatía con otro ser humano que los contempla. Así, pintor
y observador pueden comunicarse a través de ventanas que conducen a sus mundos
propios. Los dibujos a lápiz, son el semen de la imaginación y de la
creatividad, gracias a los cuales se exploran los umbrales del interior del
hombre y se aumenta el conocimiento íntimo, necesario para vivir en armonía,
comprenderse y trascender.
Desde niños los seres humanos tenemos la posibilidad de
atrapar los pensamientos y las emociones con el lápiz. Nuestros primeros trazos
son el inicio del camino hacia el conocimiento, pero no un mero conocimiento
académico del mundo, sino un conocimiento espiritual, sentimental y complejo,
que hace que los seres humanos nos atrevamos a decir que tenemos alma. El lápiz
también es la puerta de la lengua en su más alto grado de expresión. Por medio
de nuestras primeras letras comenzamos la construcción del mundo de las ideas,
que a la postre, si perseveramos, nos llevará a altos grados de complejidad en
la expresión y al descubrimiento de las más audaces aventuras del ser humano
para comprenderse a sí mismo, a los otros y al universo en el que vive.
El acto de borrar posee una carga moral, por lo menos extraña.
Aprendemos a hacer cosas y luego a borrarlas, a no aceptarlas, a vivir en el
eterno ensayo de la prueba y el error. Esta facilidad para borrar nos enseña a
no ser rigurosos en el pensar, porque si lo hiciéramos con detenimiento antes
de rayar, el borrador sería innecesario ya que si la mente tiene claro qué va a
trazar, el dibujo surge fácil, firme y fiel al pensamiento.
Borrar es como desalojar el espíritu. Cuando un dibujo no
se borra, ofrece la posibilidad de estudiar todo el recorrido, no sólo del
trazo, sino del pensamiento complejo, emotivo y espiritual, para llegar a un
resultado. En China, no se borra. Allí se usa el papel de arroz con la tinta
china, materiales hechos uno para el otro, pero que no admiten la acción de
borrar. Es así como desde niños los chinos aprenden a ser muy decididos al
dibujar y escribir. Conocen perfectamente para dónde van cuando se enfrentan a
una hoja en blanco. Borrar, además, es propiciar diversas maneras del olvido,
es desdibujar un mapa del pensamiento y de la historia de búsqueda, tan
fundamental para el ser humano. En resumen, borrar es inmoral y peligroso para
evitar el pensamiento.
Dibujar es halar los arquetipos y, más que eso, halar las
memorias arquetípicas a través de curiosos caminos para atrapar lo esencial y
luchar contra el olvido. Como arte y capricho, dibujar es una opción para ver
el mundo a través de huellas de grafito cargadas de emociones, de experiencias
trascendentales, de los más vivos sentimientos y también de manifestaciones del
lado más oscuro del ser humano.
Su principal enemigo es el sacapuntas, "maldito
aparato que no conoce la ternura y es capaz de destrozarle el alma". Otro
enemigo es el olvido, pero no sólo el olvido de las experiencias esenciales que
podemos atrapar con el lápiz, sino el olvido de los lápices que fácilmente se
nos pierden. "Los lápices a veces se pierden, pero no hay que preocuparse
por eso. A ellos les gusta esconderse debajo del papel, visitar las patas de la
mesa o de las sillas y, al final, siempre aparecen entre las páginas de un
libro, o seguramente detrás de la oreja del que los busca".
Éste es tal vez el instrumento intelectual más descuidado
y subestimado en la historia de la humanidad.
Edición de:
Homenaje al viejo Mordisqueado y sublime Lápiz por Dioscórides Pérez
para la OEI.
Cuando leí por primera vez el texto mi percepción sobre al lápiz cambió radicalmente, dejó de ser un elemento utilitario a convertirse en instrumento noble y de valoración infinita, verbigracia de todo aquello que nos es útil y asimismo subvalorado. Odio el sacapuntas...